APUNTES NAPOLITANOS
Cuando Raimondo di Sangro, príncipe de Sansevero, concibe su capilla, encarga a una serie de escultores obras de temática religiosa pero que encarnen a su vez los principios de la masonería. En el centro se encuentra el Cristo velado, obra maestra de Sanmartino sobre la cual el mismo Canova dijo que hubiera estado dispuesto a dar diez años de su vida por haber sido su autor. Ese Cristo, con una vena sobre la frente todavía palpitante, representa la muerte previa a la elevación final. Mi muerte particular empezó unas horas antes de estar ahí plantado ante esa masa de mármol que parece respirar, al tomar el avión. Si a ustedes les gusta el mundillo de los superhéroes, sabrán que cuando se les fueron acabando las ideas se dedicaron a eso que llaman crossovers, historias en las que se mezclan universos, personajes, villanos terribles permitiendo a la Patrulla X combatir hombro con hombro con los Vengadores para librar al mundo de una catástrofe. Mi crossover particular fue ver a dos de los pueblos de Europa con menor sentido del orden, del respeto por las colas y apreciación por los otros seres humanos cruzarse a la entrada del vuelo: franceses y napolitanos. No tardé en ser rodeado por hombres minúsculos emitiendo sonidos en algo que entiendo debe de ser italiano pero en nada parecido al que aprendí durante tantos sábados en el Istituto Italiano di Cultura de la Calle Mayor. Cuando por fin llego al asiento, desprovisto de mi maleta de aluminio que había sido mi única protección frente a esos hombrecillos dicharacheros y malhumorados por la caprichosa decisión de un comandante de vuelo de Air France que creyó mejor quitarnos las maletas al azar en lugar de penalizar a los últimos como siempre se ha hecho (a cualquiera que se le dé un poder, por mínimo que sea, se trate de un piloto de aerolíneas comerciales o de un portero de discoteca, debería también impartírsele una mínima formación humanística), me encuentro rodeado de un grupo de adolescentes. Más allá de que mi vecino de detrás pasara el vuelo con el volumen de la Game Boy a un nivel que permitía que se escuchase desde tierra cómo recogía moneditas o lo que diantres hiciera, lamento comunicarles que esa nueva masculinidad de la que nos hablan los estudios de mercado, los analistas de tendencias o los diputados de En Comú Sumar Podem Compromís Pesoe tardará algo en llegar pues me encontré con la berrea habitual, peinados improbables y unas técnicas de seducción propias de la cabra montesa que nos recuerdan que a una determinada edad todos fuimos igual de imbéciles. Tras el infernal vuelo, círculos internos del averno, hijos de Samael, resurrección. Salí a dar una vuelta a la manzana recordando que junto al muy mediocre hotel en que me alojaba alguien me había recomendado un pequeño restaurante, Da Antonio, y ahí estaba el homónimo propietario, en su mesa. A pesar de las horas intempestivas me invitó a sentarme y me pusieron unas anchoas en vinagre (lo que en España llamaríamos boquerones, pero algo más pequeños) y una pasta con pez espada. Volvía así mi fe en Italia como patria universal de los espíritus sensibles.
A la izquierda del altar de la capilla se encuentra El Pudor, otra escultura velada, esta vez obra de Corradini. Si bien es cierto que Nápoles es una ciudad muy sucia, sus estrechas calles están dulcemente perfumadas por el aroma de detergente que desprende la ropa tendida en las ventanas y balcones, una ciudad que a pesar de toda su miseria conserva su sentido de la decencia tan católico, tan higiénico, tan puro, una ciudad que frente a la pobreza extrema que a veces los visitantes caricaturizan al hablar de su aspecto pintoresco, de las familias en moto sin casco, los niños sentados sobre el regazo del padre que va al volante, los jóvenes vestidos de delincuentes, los mercadillos callejeros con pantalones a cuatro euros, los vehículos paupérrimos pero con un equipo de audio que haría palidecer al de los Rolling emitiendo a todo volumen las últimas canciones de Mahmood, las fachadas desportilladas, a pesar de haber pasado de reino a provincia viendo destruido su viejo sistema tras ese movimiento comandado por las oligarquías del norte conocido como Risorgimento, conserva su vetusto orgullo, los jóvenes buscando la fresca sombra del palacio de sus reyes en la plaza del Plebiscito. Al pie de El Pudor hay un bajorrelieve con uno de los episodios más conmovedores de los Evangelios, el Nolli me tangere, cuando Jesucristo le dice a la Magdalena que no le toque, marcando la separación definitiva y fatal que se establece entre los vivos y los muertos, una separación que puede recordar a la del espectador respecto de la obra que presencia pero de la que jamás habrá de formar parte. Ser espectador, ese era todo el propósito de mi viaje, ver la nueva producción de La Gioconda del San Carlo. En Nápoles, la figura de la mano de Dios, Diego Armando Maradona, es omnipresente, con lo que imagino no ha echado aquí raíces el terror posmoderno, látigo del pensamiento, flagelo del mundo, conocido como cultura de la cancelación. Quizá por eso se permitieron el lujo de traerse a la Netrebko que, según mi vecino de detrás que juraba haber visto a la Callas, es la soprano más importante del siglo y una de las mejores de la historia, a cantar ese rol tras haberlo debutado hace escasamente un mes en el Festival de Pascua de Salzburgo, a pesar de sus orígenes rusos. No me parece del todo justo en cualquier caso querer anular a un pueblo entero, estando la cantante afincada además en Austria, habiéndose pronunciado aunque con cierta timidez en contra de la guerra del tirano Putin, reelegido recientemente con un 87% de los votos, una cifra que tan solo rivaliza con el CIS de Tezanos. En cualquier caso, la soprano está en un estado de forma envidiable y canta cada día mejor, con esa voz oscurecida, una técnica depurada y deslumbrante y una capacidad interpretativa que ha ganado enteros desde aquella Traviata salzburguesa que la elevara a los altares de la lírica. Venía flanqueada por Jonas Kaufmann, que nos gusta, sabe que nos gusta, sabemos que sabe que nos gusta y, por ende, se deja gustar siendo siempre sospechosamente ovacionado con mayor entusiasmo por las señoras, que agitan sus perlas fantaseando con tener al muniqués cantando el Questa o quella por casa en albornoz tras una noche de desenfreno; Ludovic Tézier, que es todo fuerza, y belleza, y fraseo, y elegancia, y potencia, para mi gusto el mejor barítono del panorama actual; Eve Maud Hubeaux, de la que ya advertí a todo el que quisiera escucharme (pocos, muy pocos) tras su debut como Amneris en Salzburgo en 2022 de que se convertiría en una de las grandes mezzos de la actualidad (en ambas ocasiones reemplazó a la maravillosa aunque terriblemente propensa al desplante Anita Rachvelishvilli). Esto, para que se hagan una idea los que no son devotos del arte total, es el equivalente a una Superbowl, una final de Roland Garros, una tarde de Morante cortando un rabo en la Maestranza, un trayecto en tren en silencio. No les daré más la turra, simplemente les diré que fue histórico y maravilloso y todo esto venía porque en efecto hay algo de Nolli me tangere en la relación entre el espectador y la escena al no tomar parte en la acción más allá de sentirse profundamente conmovido por la generosidad de los artistas que ponen su talento al servicio de la obra, insuflándole nueva vida en cada representación. Bravi!
Interludio: al terminar las grandes noches, rara vez me voy directo a la cama. Me pasa como a los niños cuando han ingerido una enorme cantidad de azúcar, ando algo alborotado, así que me fui calle abajo sobreestimulado hacia una coctelería estupenda que se llama l’Antiquario. Tuve que esperar un rato en la puerta y me acabaron situando en la barra entre unos turcos, recordatorio de que Lepanto sirvió pero no mucho, y una pareja de amantes demasiado entrados en años para el despliegue de muestras públicas de afecto que se dispensaban. Ella se filmaba poniendo morritos, vanidad infundada. Romances decaídos y flácidos, juventudes impostadas, hialurónico y xanax, clavos en la tumba de Occidente. Más allá del humo de la miseria humana, tres martinis, dos de la casa interesantes y un Dry de ginebra con su twist de limón tan perfectamente ejecutado que fue la coda perfecta a una noche memorable.
Para el lado derecho del altar, Queirolo concibió El Desengaño como un hombre liberándose de una espesa red. La escultura es de una maestría apabullante, un hombre intentando zafarse de esas cuerdas que le atrapan, con una mano alzando el trenzado para poder finalmente apreciar la verdad más allá de la ignorancia y el pecado. Quizá sea este el camino más difícil de andar para los hombres, especialmente en tiempos de distracciones tan pueriles como sencillas de acceder, tan banales como tentadoras. Sin embargo, en la capital de la Campania uno puede navegar con soltura entre ambos mundos, como colándose por los agujeros de esa red, filtrándose desde las calles atiborradas de murales de futbolistas, spritz servidos en vasos de plástico y turistas equipados como si fuesen a subir al Vesuvio para encontrarse súbitamente con esa apoteosis estética que fue el barroco. El esplendor estético de sus iglesias entra en contraste con la sencillez de la cocina local, desprovista de esas redes de sofisticación impostada tejidas con densos relatos de cocineros que no han entendido que su cometido no va más allá de la elaboración de los alimentos, como si no fuera ya esa la más noble tarea. El domingo, exaltación de la sencillez con el menú degustación alrededor de la pizza que han montado con talento y sensibilidad en Concettina ai Tre Santi: harina, agua, sal, albahaca, pimienta, parmesano y tomate elevados gracias al trabajo de los hombres; mucho de lo que es bello y bueno en occidente mora a menudo en estas obras mínimas. Echando la vista atrás, muchas horas se me habían ido muriendo y tampoco me quedaban tantas por delante, con lo que me fui a ver un último Caravaggio, esta vez en el museo diocesano, aunque ya lo había admirado recientemente durante su visita parisina al Louvre. La experiencia napolitana me pareció apabullante una vez que desaparecieron los americanos con sus comentarios inexactos, simplones, ofensivos. Pensar que ahora vienen aquí a vomitar sus chorradas ante todo lo que intentaron destruir allá por el 1944 en unos bombardeos que constituyeron uno de los mayores exterminios patrimoniales de Italia. Paciencia. Decía que la experiencia tiene algo de conmovedor porque el museo diocesano, con acierto, ha emplazado esta obra totalmente sola en una sala con una iluminación tenue, lo cual permite que el Cristo y sus flageladores sobresalgan con una luz que algo tiene de sobrenatural. Ya en el aeropuerto, un último café. Una amiga romana me hablaba en términos ditirámbicos del café de esta ciudad. Le dije que a mí en general el café en Italia me parecía sensacional pero me respondió, con sensibilidad y sabiduría, “ah, ma l’acqua, l’acqua no è la stessa”. En efecto, en Nápoles casi nada es igual.
PS: les dejo una grabación pirata de la función vista la semana pasada hecha por algún desalmado, aunque ahora agradezca poder volver a verlo. Magisterio de la Netrebko.
PS 2: aquí el fantástico Kaufmann seduciendo a las señoras con su Cielo e mar.