Llovía desde primera hora de la mañana, antes incluso de llegar a Gare de l’Est. Hemos venido en alta velocidad hasta Estrasburgo desplazándonos posteriormente a Bollwiller para visitar la maison centrale d’Ensisheim. Nos recibe en una sala sencilla destinada a las visitas, desprovista de cualquier tipo de ornamento. La sobriedad sobrecogedora recuerda los orígenes del centro como escuela jesuita. Es la primera vez desde que ingresara hace exactamente veinte años que Jean Marie Brillat concede una entrevista, ¿qué le ha hecho cambiar de opinión? “Espero que el tiempo haya contribuido a la dignificación de mi obra, que no fue comprendida en su momento. Hoy en día hay una mayor aceptación en cuanto a los diferentes apetitos que puede albergar el alma humana y creo que siempre fui respetuoso con las que de forma cicatera la justicia y posteriormente la prensa llamaron mis víctimas”. Es llamativo que hable de apetitos el que es conocido como uno de los mayores caníbales de la historia de Francia, aunque Brillat tampoco se siente cómodo con ese término: “caníbal puede tener connotaciones ofensivas. La gente lo escucha y se ofusca, hay unos prejuicios tremendos, como asociar canibalismo y violencia. Yo jamás hice daño a nadie, soy una persona extremadamente pacífica y civilizada. La carne humana fue siempre una parte más de una dieta variada, similar a la de cualquier otra persona”. Jean Marie Brillat insiste en que él nunca mató a nadie, su método sin embargo fue algo sinuoso, quizá el lado más oscuro de un carácter carismático y seductor. “Me limité a identificar los puntos que concentraban el mayor número de suicidios dentro del Bajo Rin, que es mi región de origen y de predilección, donde siempre ha vivido mi familia, esa frontera marcada por el río donde las diferencias entre lo germano y lo franco se desdibujan, disolviéndose, y puse unas pegatinas con mi número de teléfono ofreciendo atención a los suicidas. Simplemente les animaba a ser consecuentes con la decisión tomada, a seguirla hasta sus últimas consecuencias”. Así es como Brillat consiguió más de, se estima, ochenta víctimas, asegurándose como él dice “los mejores ejemplares, en muchos casos jóvenes en perfecto estado de salud, tersos como los primeros corzos de la temporada. Se me acusa como si hubiera sido yo el que tomó la decisión, yo simplemente les reafirmé en ella y doté, si me permite el juego de palabras un tanto burdo, de un fin a su fin”. Brillat es un hombre de maneras exquisitas que, a pesar de la reclusión, conserva un aspecto impecable. El pantalón de pinzas gris marengo está planchado con una precisión inquietante, llena la sala de un perfume de geranio y violeta que, nos dice, le manda una admiradora desde París, su cabello es brillante, con una atemporal raya al lado bien definida, se nota la frescura de su rasurado, sobre los hombros se apoya un cárdigan en cachemir rojo grosella y del blanco inmaculado de la camisa parece emanar un brillo tenue en medio de la sala mal iluminada. Ha sabido, por lo que intuimos, seducir a los responsables de la prisión para tener una sala en la que practicar música y se le ha autorizado disponer de una parte de su biblioteca personal. “Aquí todo es muy grosero, de la comida no pienso hablar, mi vida se ha vuelto extremadamente solitaria, mantengo muchas amistades epistolares, sobre todo con clientes japoneses, que fueron los más comprensivos con lo transgresor de mi propuesta incluso cuando se acabó destapando todo, pero me siento muy solo. Yo tuve una vida entregada al público, daba conciertos de clavecín, organizaba lecturas dramatizadas de grandes clásicos como Beaumarchais en los jardines en verano”. Parecía que iba a seguir con su enumeración pero se le corta la voz, algo emocionado. Brillat aprovechó la propiedad familiar, un conocido Chateau que llevaba siglos elaborando blancos en la zona de Mosela, para establecer su singular y escabrosa propuesta gastronómica: “éramos como Relais & Châteaux en sus orígenes, la gente venía, descubría los viñedos, probaba los vinos, algunos pasaban la noche y cenaban en el restaurante”. Él no considera haber engañado a nadie: “hay mucho gilipollas, disculpe la grosería, en el mundo de la gastronomía. La gente que había estado se llevó las manos a la cabeza pero muchos, en una cata a ciegas, no distinguirían una molleja de un mejillón. Por aquí anduvieron unos personajes de la academia de gastronomía de Madrid, que ahora por lo visto se prodigan por ese horror que son las redes sociales dando lecciones no sé de qué. Bebieron tanto que, a partir del tercer pase, les podría haber puesto la cabeza de alguien entera encima de la mesa y no se habrían percatado”. Inmediatamente después del exabrupto se peina las cejas con las yemas de los dedos, intentando reconstituirse, rara vez parece perder la calma. Confiesa que su único arrepentimiento es haber enterrado los cuerpos en los viñedos: “eso me duele porque la policía no tiene sensibilidad ninguna. Entraron con sus perros y una orden judicial como salvajes y echaron todo a perder. Destruyeron viñas prefiloxéricas simplemente para encontrar unos huesos. Díganme para qué quieren ahora esos huesos, que a nadie sirven, cuando precisamente yo había hecho un trabajo meticuloso con conciencia biodinámica alineando los enterramientos con los ciclos lunares”. Según Jean Marie Brillat, esos restos que enterraba bajo las hileras de viñas de riesling potenciaban la mineralidad de sus vinos. “Llegué a producir, y lo digo sin pretensión ninguna pues ahora nada importa, los blancos más interesantes de Francia y, por tanto, del mundo. Hay gente que está haciendo auténticas fortunas en subastas con mis producciones. Los últimos spätlese que embotellé han alcanzado en el millón de euros la botella. Todo eso se perdió, el Chateau fue cerrado y como le decía la viña destruida y abandonada. Las barricas que allí quedan no sé si me dejarán embotellarlas algún día, pero a saber cómo lo encuentro todo”. El Domaine Brillat se convirtió en un lugar de peregrinación para los amantes de las historias truculentas y fue clausurado completamente por orden judicial cuando su propietario fue condenado. Hubo una reciente polémica al saberse que el presidente de la República, para agasajar al primer ministro ruso, abrió dos botellas de Brillat. “La gente es muy hipócrita: compran ropa por dos duros sabiendo el sufrimiento con el que se hace, visitan países en vías de desarrollo mofándose de la miseria local, consumen verduras que han viajado desde el otro lado del Atlántico con el coste medioambiental que eso supone pero el monstruo soy yo”. Está trabajando en un nuevo libro, pasa los días respondiendo correspondencia y está trabajando como voluntario en la elaboración de un jardín botánico en uno de los patios del centro. “El tiempo aquí, como le dice Gurnemanz a Parsifal, se vuelve espacio. Me temo que tienen que irse”. Nos despide con esta extraña frase al ver entrar al celador que nos indica que la entrevista ha terminado. Al irnos, nos obsequia con dos de los libros que ha escrito durante su estancia, como él llama a su encarcelamiento: “Vida y transfiguración”, un recetario que se convirtió en número uno en ventas en más de una veintena de países donde desvelaba algunas de sus creaciones más populares adaptándolas a carnes que cualquiera puede encontrar en el mercado, y un ensayo sobre la integral de sonatas de Scarlatti que interpretó y grabó en la cárcel con su propio clavecín y que ha sido publicada por el sello francés Harmonia Mundi.
6 Comentarios
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Humor mordaz y sarcástico en un setting realista al servicio del lector. Descripciones tan vívidas como suficientes...estamos esperando el salto a la novela!!
Estupendo !