Hiere, negra espina es una novela magistral de Claude Louis-Combet. Me la recomendó una compañera de italiano cuando yo aún vivía en Madrid que creo recordar trabajaba en la editorial que publicó ese libro y a la que nunca le estaré lo suficientemente agradecido, pues dudo mucho haber llegado jamás a él de no ser por ella. También me recomendó otra novela magnífica, Los hermosos años del castigo. Consiguió aconsejarme dos lecturas que tuvieron un impacto en mí al ver que estaba leyendo el Jakob von Gunten de Robert Walser (hay gente a la que le bastan cuatro cosas para entenderlo todo), al que llegué a su vez gracias a un libro de Enrique Vila-Matas (no recuerdo cuál, aunque por la época probablemente era Esta bruma insensata), autor que leí a su vez por un twit (no todo es odio en el difunto Twitter) del periodista Xavier Fina. Cancelaría todas mis suscripciones a plataformas de series y demás a cambio de poder ver el hilo invisible que ha cosido mis lecturas entre sí a lo largo de los años. Hiere, negra espina es una biografía novelada, supongo podemos llamarlo así, sobre la vida del poeta Georg Trakl, al que no conocía antes de leerla (las víctimas de las precarias leyes de educación que ha tenido España nos hemos educado a ciegas, palpando un terreno extraño, intentando no partirnos la crisma mientras comprendíamos que tal vez Gloria Fuertes no era realmente poesía). Con que lea usted el primer capítulo, sabrá que está ante algo magistral. Trakl, salzburgués de vida atormentada, tuvo una relación incestuosa con su hermana y terminará muriendo (algunos hablan de suicidio) debido a una sobredosis de cocaína tras haber presenciado, como personal médico, los estragos de la Primera Guerra Mundial. Por qué le cuento yo este rollo patatero, se pregunta usted. Porque Hiere, negra espina es un libro que ha desaparecido de mi biblioteca y el único culpable soy yo, o quizá cupido, o su hija Voluptas, pues el libro se lo presté a una muchacha y jamás volvió a mis manos.
A mi amigo DF, escritor consagrado, le regalé recientemente Teoría de la gravedad, una compilación de extraordinarios artículos de Leila Guerriero, textos de una sensibilidad inverosímil, de estilo exquisito, de los que sorprenden al leerlos e invitan a escribir simplemente para, pluma en mano, postrado uno sobre el escritorio, darse cuenta de que hay algo misterioso en el talento, una parte de azaroso, una parte de divino, por mucho que pasemos horas manchando papel. Me preguntó extrañado por qué no había decidido simplemente prestarle ese librito naranja, aunque agradeció el obsequio como persona educada que es. Más allá de la posible pérdida (en este caso muy improbable pues DF es una persona decente), Teoría de la gravedad es un libro que he fatigado con mi lápiz hasta la extenuación. Que alguien lea mis anotaciones y subrayados me hace sentir como si hubiesen llamado de improviso al timbre y me encontrara sirviéndoles el té con la ropa interior tendida en el salón. Me genera una sensación de pudor terrible compartir lo subrayado, mostrarme sin las trampas ni los enredos que puedo utilizar en, qué sé yo, un texto escrito, que se me cuelen las miradas indiscretas por las costuras abiertas y se vea esa parte de nosotros, lectores, que creíamos únicamente nuestra, pues la lectura, salvo en los refectorios monásticos, es un delicioso placer estrictamente individual.
Por lo expuesto, le ruego que si un día nos cruzamos, no me pida le preste un libro, no me ponga en ese brete, me dé la tregua que los lectores tímidos necesitamos y permita que mi biblioteca se quede ahí, acompañándome intacta, sin fisuras, que me velen los libros que leí, los que releí, los que leeré y los que inevitablemente quedarán sin leer, que los lomos crema, rojos y negros, grises, verdes, ilustrados o lisos, ajados o inmaculados, que las abombadas tapas duras, las resquebrajadas fajas, los colores devorados por el sol que azota desde las nueve hasta eso de las once de la mañana mis anaqueles, sigan ahí. Yo siempre dije ser de morenas, pero fue una rubia de ojos azules la que me hizo perder las ciento cuarenta y cuatro páginas de papel y tinta editadas por Periférica. Si me lees, simplemente quería decirte que me devuelvas el libro, pues en mi biblioteca, a la altura de la L, hay una herida que sangra.
Si hay cita con la dama, quizá surja un nuevo cuento para niños sin paciencia.
Si lo que desea simplemente es recuperar el libro, entonces -estimadísimo articulista de nuestros domingos capicúa- tendremos que sospechar que tiene más de snob que de romántico.
Las rubias somos mala gente… Solo dejo libros que sé que no me va a doler no recuperar