Clinamen es lo más de lo más en el Instagram de mis conocidos. Se preguntará usted que qué es eso. Ay, alma de cántaro, es la última instalación que ocupa el foso de la Fundación Pinault, sita en la antigua bolsa de París, rediseñada por Tadao Ando. A pesar de mi admiración por el arquitecto japonés, no he encontrado ocasión para ir debido a lo poco apetecibles que me han resultado siempre sus exposiciones. Lo de ahora es una obra de Céleste Boursier-Mougenot descrita como instalación multisensorial, acuática y musical. Esto lo han escrito en la página web, entiendo, sin que se les escape la risa. A mis colegas, los que hablan de lo mucho que van a los museos, les han quedado las redes sociales muy vestidas con los vídeos breves de unos cuencos que flotan sobre una piscina azul. Hemos pasado de una obsesión por los platillos volantes, a una admiración profunda de los platillos flotantes. En París se suceden decenas de exposiciones temporales. Junto a la de Cimabue y el primer renacimiento italiano o la de Artemisia Gentileschi, tras la gran y brillante muestra dedicada al surrealismo, encontramos otras como la de fotos de mujeres comiendo o una dedicada a Snoopy y la moda. Con las exposiciones pasa como con el sushi, que a la mayoría de la gente no le gusta. Yo entiendo que es un tostón ir de una pintura a la siguiente, leyendo cartelitos situados siempre demasiado abajo, con una tipografía diminuta, explicándonos que Egon Schiele era un pedófilo secuestrador o Caravaggio un asesino; es profundamente tedioso y desagradable para nuestro mundo rápido y feliz ver cómo se va empastando la pincelada de Rembrandt a medida que envejece, el oscurecerse hasta el delirio de Goya. También entiendo que la sobria elegancia de un nigiri de dorada sutilmente aderezado no encaja con un mundo gastronómico en que todo es adictivo, para mojar las bragas, brutal. Por eso, del mismo modo en que la gente se come un California roll con aguacate, queso fresco, mayonesa, salsa dulce, espárrago y bocartes albardados para decir que comen sushi ignorando a su vez la etérea naturaleza de ese plato, ahora se hacen exposiciones de cualquier cosa para que la gente se sienta culta, diga ir al museo, pueda compartir en redes sociales que ahí estuvo, porque una cosa es caminar el árido camino de la cultura y otra es aparentar haberlo andado.
Compartí mi inquietud con DF, escritor publicado, que va a abandonar París y de paso a mí también, un hombre del pueblo, que siempre trata con ternura estos asuntos. Al hablarle de mi horror sobre esos cuencos blancos flotando sobre piscina azul, DF me miró fijamente y dijo “lo sabía” como una madre. Seguidamente inquirió: ¿qué es el arte? Tuve algo de síndrome de la escalera con esta discusión, así que le respondo ahora aquí: el hecho de que no sepamos definir qué es el arte es probablemente el símbolo principal de su muerte en el tiempo presente. DF insiste en que el arte debe provocar una emoción, pero son muchas las situaciones, circunstancias o vicisitudes en que el ser humano siente algo al entrar en contacto con un estímulo exterior, por no decir todas, ya que la indiferencia que me provoca el brócoli de tono grisáceo de la cantina es una emoción también, con lo cual podríamos desarticular fácilmente esa definición del arte con un lugar común y es que efectivamente, si todo es susceptible de ser arte, nada lo es. Avanza la discusión mientras despachamos los fideos y hablo de la belleza. Schiller decía la belleza nos lleva a la libertad, y yo no veo en qué medida los cuencos van a liberar a nadie. DF arroja otra andanada de relativismo: hay quien puede estimar bellos los putos cuencos de mierda que flotan sobre una piscina de plástico azul. Me palpitan las sienes; pienso en Veronés y en Frangelico, en Miguel Angel y en Brueghel, en Liotard y en Fragonard, en Bacon y en Rothko. Huelga decir que la no existencia de canon deriva en un relativismo estético, del mismo modo que la no existencia de Dios deriva en un relativismo moral, que nos impide definir el arte y nos deja inermes frente a los abusos cometidos por una élite cuyo interés por el hecho artístico es económico, que no estético o intelectual, siendo el público rehén (aunque en ocasiones con gusto) de los movimientos especulatorios de grandes coleccionistas y creadores de tendencia, transformados en inversores. La exclusión del pueblo del debate artístico hace que éste se genere en los márgenes de la sociedad, privándole de su impacto en la vida cotidiana. El hecho de que prácticamente nadie sepa reconocer a los grandes poetas o dramaturgos de nuestro tiempo (de existir estos) es sintomático de la irrelevancia de su creación.
Sin embargo, será unas horas después, en un temprano vuelo a Viena, cuando el filósofo y ensayista Rudiger Safranski responda a DF. Habla del caso de Richard Wagner. Sabemos que la visión de los románticos pasa por la construcción de una mitología nacional que no sea revelada, sino que provenga del propio genio del autor, Hegel y Holderlin desembocando en Wagner. Richard Wagner quiere hacer una obra de arte que lleve a una revolución tanto política como interior. Recordemos que muchos achacan el inicio de la revolución francesa a Las bodas de Fígaro de Beaumarchais, una comedia de enredos que tuvo la osadía de poner a los señores al mismo nivel (o incluso por debajo) que el de sus siervos. Dice Nietzsche de Wagner: “es la primera vuelta al mundo en el reino del arte. Con lo cual, según parece, no solo se ha descubierto el nuevo arte, sino también el arte mismo”. Recupera Wagner el espíritu de la polis griega en que, en palabras de Safranski, “están reconciliados entre sí la sociedad y el inidividuo, el interés público y el privado, y por eso el arte era un verdadero asunto público, un acontecimiento a través del cual un pueblo veía representados ante sus ojos el sentido y los principios de su vida común en un marco solemne, sacral”. Por eso Wagner construye Bayreuth y por eso mismo es imposible que los platitos flotantes de Pinault puedan ser arte, porque en realidad Céleste Boursier-Mougenot, autora de platillos, ha renunciado como Alberico, señor de los nibelungos, al amor, al amor por su obra, a la dignidad del Arte en sí, sacrificados ante el altar del nihilismo capitalista, esclavo de la dictadura del like, fuente de popularidad y aceptación, condición necesaria para aumentar la tarifa y hacer así fortuna, que no prestar servicio.
Esta es a mi entender la lógica deriva del arte tras un siglo XX y un inicio del XXI en que se siguen confrontando mayoritariamente dos ideologías, el capitalismo y el marxismo, que comparten un optimismo materialista y consideran el arte como perteneciente al plano secundario, el de distracción, entretenimiento, aperitivo o guarnición, pero nunca principal. Por eso este arte no es tal, porque nos enajena y distrae en lugar de reconectarnos con nosotros mismos, que es lo que decía de nuevo Nietzsche sobre lo dionisíaco: “Con la magia de lo dionisíaco [...] se restablece la alianza entre hombre y hombre (...]. Ahora [...] cada uno no sólo se siente unido, reconciliado, fundido con su prójimo, sino que se siente simplemente uno, como si se hubiera rasgado el velo de Maya y no hiciera ya otra cosa que aletear en harapos ante el misterioso uno originario”. Así pues, el triunfo del sistema es doble ya que por un lado ha conseguido crear un arte que nos inhibe e incapacita para la acción y, al haber desmantelado el canon a golpes de relativismo, nos incapacita para rebelarnos contra él, pues no somos capaces de identificar la torre desde la que nos espolvorean este no-sentir, no-creer, no-actuar que nos invade. Cautivos y desarmados, nos queda hacer un vídeo de tres segundos a un cuenco que navega rumbo a ninguna parte, una derrota multisensorial, acuática y musical.
Vagar hacia ninguna parte, sin rumbo ni referentes, hijos de de un postmodernismo que nada respeta ni nada cree.
Arte y fondos de inversión…contradictorio como poco.
Tranquilos todos que os cuencos luego servirán para algún chef estrellado que apueste por la economía circulante, digo yo.
Me he reído y me apropio de varios argumentos para poder discutir con los que defienden estas manifestaciones.
¿Como nos juzgará eso que dicen del futuro?