En su artículo “Mi padre camina por el parque” Leila Guerriero explicaba cómo en su casa, los días de grandes partidos, su padre bajaba a pasear a los perros. Era ésta la particular conjura doméstica para que su equipo ganara. Contaba el alcalde de Madrid, José Luis Martínez Almeida, su fama de gafe pues en la final de la Décima se fue a dar vueltas con el coche y, al dar el partido por hecho, entró por la puerta de casa y el Madrid empató en el noventa y tres. Ser del Atlético tampoco ayuda. En mi casa se cree que el Madrid gana cuando yo estoy en la ópera. Se lo explicaba recientemente a un barcelonista, que no se hicieran ilusiones porque el once de noviembre, mucho antes de que yo supiera que el primer sábado de junio se jugaría la final de Wembley, había solicitado una entrada para ver a la Grigorian hacer su Turandot en Viena. Me miró con el estupor con el que se mira siempre al Real Madrid. Ya me pasó una vez, salir del Teatro Real y tener que bajar a medio trote a Cibeles. Ayer, como la Turandot terminaba justo al inicio del segundo tiempo, me fui a cenar al Rote Bar del Sacher no fuese a terminar como el alcalde. El primer gol llegó con el martini, el segundo con el Tafelspitz.
De este Madrid nadie esperaba nada. A principios de la temporada se lesionaron de gravedad tres jugadores clave, entre ellos el portero. Por eso un amigo del Barcelona rio socarrón hace ya bastantes meses cuando le propuse que nos apostásemos una cena: si el Madrid ganaba esta Champions, invitaba él; si ganaba cualquier otro equipo, invitaba yo. Cenar es gratis si sabe usted jugar sus cartas que consisten en apostar siempre a favor del Real Madrid. Tampoco se esperaba mucho porque de este club se ha dicho que no juega a nada. Jugar a nada es jugar a todo, o eso se intuye del comentario de Guardiola, considerado por muchos el inventor del fútbol. Decía al ser preguntado por la preparación del partido City-Madrid que no sabían a qué se enfrentarían porque el Madrid jugaba cada vez de una forma diferente. El estilo del Madrid es ganar y, si le preguntáramos por su identidad, podría responder como Dios a Moisés en la zarza: “Yo soy el que soy”.
El primer gol de la final lo marcó Carvajal de cabeza, al que se le apareció el espíritu de Ramos, como Mufasa entre las nubes, como Obi Wan a Luke. La mística pop del Real Madrid, otra vez, qué pesadez. No queremos nutrir el relato, el relato se nutre solo, con apetito pantagruélico, con una voracidad que asombra, peor que los jinetes del apocalipsis. Sobre el Bernabéu podrían echar sal y a los quince minutos brotarían copas de Europa. Saben la cita de Nietzsche de la que alguna vez hemos hablado, cuando nos asomamos al abismo corremos el riesgo de que el abismo se asome a nosotros. El abismo está horrorizado con la idea de asomarse al Madrid. La tozudez de la historia que rimando consigo misma siempre da con una única respuesta y se topa de nuevo con el timbre de la Avenida de Concha Espina número uno. ¿Está el destino? Que se ponga. El segundo lo marcó Vinicius al que Eric García, de forma visionaria, en un clásico le señaló con desprecio diciéndole “tú, el año que viene, balón de oro”.
Hay una imagen que ya forma parte de la mística merengue. La de Dani Carvajal junto a Don Alfredo di Stefano poniendo la piedra fundacional de la ciudad deportiva. Carvajal parece Pedro recordando ese mandato y tú, Dani, sobre esta piedra construirás mi iglesia y ahí el de Leganés se hizo roca convirtiéndose en uno de esos jugadores de raza que cimientan la gloria de una institución que es luz del mundo. Ayer Carvajal igualó el récord de Gento consiguiendo seis copas de Europa. No fue el único; junto a él estaban Nacho, Modric y Kroos.
Lo de Toni es el final merecido por uno de los mejores de la historia. Narra Roth en la Marcha Radetzky la muerte del emperador Francisco José, cómo los austríacos se aferraban a la cerca del palacio imperial esperando noticias. Asidos a la reja dorada de la gloria madridista nos ha dejado el káiser, las mejillas surcadas por lágrimas como puños, el fin de una era, la alegría de saber que un día diremos a nuestros nietos: yo vi jugar a Toni Kroos. El alemán ha tenido una última temporada de brillante madurez, algo reinventado. Habla Riccardo Muti (siempre Muti) de la economía del gesto. Los grandes directores no requieren una gestualidad exagerada. Al contrario. El gesto distrae. Debe intervenir tan solo en el momento necesario. ¿Recuerdan ustedes a Carlos Kleiber dirigiendo el concierto de año nuevo con una mano en el bolsillo? Muti, en la última edición, directamente sin manos. Economía del gesto. Eso es lo de Kroos. Le vimos en la ida con el Bayern. El alemán indicaba, orientaba, dirigía con maestría a sus compañeros, fuerza contenida. Podía ser Toni Kroos, podía ser el maestro berlinés con la mano izquierda en el bolsillo. Valses que hemos escuchado una y otra vez pero nos siguen emocionando, el Madrid galopando de nuevo por Europa.
Permítame concluir con una confesión: yo no siempre fui del Real Madrid. De hecho, me hice del Madrid abandonando al primer equipo de mi ciudad porque la Casa Blanca se parece mucho más a mí: el Madrid es el amor por la vida, por la felicidad, por lo bello, es Rudiger diciendo aquí está el loco, Ancelotti confesando que su sueño es bailar con Eduardo Camavinga o señalando a los jugadores la necesidad de confortar a un equipo que esa misma jornada sentenciaba su descenso (“hay que ser serios”), Bellingham y Vinicius riendo juntos, Joselu tímido no queriendo saludar aclamado por el público en la casa de correos, es el abrazo de Florentino a los jugadores, es llorar pensando que se nos va Kroos, sonreír pensando que llega Mbappe, es no rendirse nunca, el rugido cuando la megafonía anunció los seis minutos de añadido en la vuelta del City en la Decimocuarta, atronar cantando el himno de la décima, recordar siempre a los que no están como Juanito o di Stefano, que nos entregue el trofeo Zidane, ver en el césped al expreso de Cardiff junto a Mou, padre espiritual de este equipo que ha ganado todo tantas veces y tan bien, saber que subiremos muchos años más Concha Espina en un éxtasis colectivo similar al de la Semana Santa sevillana, que Modric y Kroos paren el tiempo como si fueran Morante, sentir el soplo huracanado de Valverde y Camavinga rugiendo desde el fondo del campo. Decía Jude que él soñaba con estas noche. Muchacho, si buscabas que tus sueños se cumplieran, llamaste a la puerta adecuada. Empieza el camino hacia la decimosexta.
Yo me habría quedado a la salida de Turandot como esfinge practicando la memoria musical pero ayer todo Madrid era un Nessun Dorma.
¿Será que, gracias al "furbol" nos despertamos todos de esta domesticación ante el absurdo Taylor-Swift-amnistia-reconocimiento-de-estados?.
Le estoy enseñando literatura de la buena a mi hijo Madridista gracias a ti. La mejor cultura es la que a uno le dejan adquirir relacionándola con algo que a uno le apasiona. Gracias, Ignacio M Giribet