Un buen amigo me preguntaba, mostrando un indisimulado estupor, si los católicos creemos realmente en los milagros. Inmediatamente después, leía con devoción genuina su horóscopo de la semana. En tiempo de vanidades sin fundamento, la superstición es un reemplazo cómodo para la religión. En la religión hay un reconocimiento explícito del misterio, de lo que no podemos explicar. En la superstición, todo es descifrable en base a unas cábalas que de tan simples parecen infantiles. Volvió a acertar el afilado Chesterton al decir: “Cuando los hombres dejan de creer en Dios no es que no crean en nada, es que creen en cualquier cosa”.
La deriva de nuestra sociedad no sigue una militancia atea consecuente, fruto de un acto intelectual honesto y una visión particular del mundo, sino la de la dejadez de quien ni cree ni deja de creer, incapaz de sentarse consigo mismo a preguntarse cuál es su posición ante el misterio último de la existencia. Sin embargo, no me deja de sorprender que en un mundo tan descreído, en el que naturalmente pensaríamos que se ha apartado a Dios como consecuencia de una racionalidad extrema, tan torpemente interpretada, nos veamos, cada vez más a menudo, emboscados por conversaciones que empiezan con: ¿qué día naciste? ¿a qué hora? Tras responder a dos preguntas tan banales como incidentales son sus respuestas, me veo avasallado por un análisis pormenorizado de mi supuesta personalidad que al parecer ha venido determinada por la posición de las estrellas en el momento preciso de mi nacimiento. Aunque yo mismo tantas veces no me entiendo, ellos en escasos minutos se ven amos de mis secretos, conocedores de mi ser, exégetas de mi carácter que ha dejado de ser un cúmulo de sucesos y experiencias, fruto de la erosión del tiempo, para tornarse en predestinación New Age. Cuesta creer que todas las personas que naciésemos en el mismo día y hora seamos una copia exacta, compartamos un mismo sino, aunque al lector le diré que afortunadamente no me hallo en disposición de responder a esta pregunta pues no conozco a nadie que naciera el mismo día y hora que yo y, espero, siga siendo así muchos años pues bastante tengo ya conmigo mismo.
La vertebración de una fe como la católica viene dada por un orden jerárquico que, para los creyentes, tiene su origen en Dios mismo, inspiración de nuestros líderes mediante intercesión del Espíritu Santo. De no existir ni uno ni otro, nos consuela habernos puesto en manos de algunos de los grandes pensadores de la historia como San Pablo, San Ignacio, San Agustín o, más recientemente, SS Benedicto XVI. Es curioso que los herederos de uno de los mayores legados intelectuales y filosóficos de la humanidad seamos percibidos como unos majaderos al tiempo que los que nos aleccionan toman decisiones tras consultar con una página de Marie Claire. Me aturullan con sus chorradas personitas que piensan que su destino está escrito y puede ser interpretado por un hatillo de mentecatos, estafadores o becarios de periodismo (estos últimos, los peores de los tres) que deben ganarse las lentejas redactando vaguedades como “permanece atento en el amor, pues algo habrá de sorprenderte”.
Recuerdo la anécdota que me contó una persona cercana sobre un amigo suyo cuya madre era astróloga y, cuando ella salía por la noche, para mantener el negocio en marcha, él mismo despachaba hacendoso a los que querían conocer su futuro. Como para decir necedades todos tenemos talento, permitámonos al menos escribir nuestro propio horóscopo; será igual de fiable, pero al menos podremos meter mano. Aquí dejo el mío para la semana que empezará el lunes veinte de noviembre de dos mil veintitrés Anno Domini.
TAURO: escribirás otra chorrada en tu intento de ser reconocido como la estrella ascendente de la literatura española, aunque te lean cuatro gatos. En el amor, lo de siempre, ya está, déjalo, no te líes. Un día saldrás algo aburrido de la oficina y pedirás comida china como para alimentar a una fértil familia del Opus Dei que vuelve de peregrinar a pie a Montserrat; te arrepentirás después. Te rascarás la piel y, cada vez que lo hagas, te mirarás la dermis muy de cerca, preguntándote si en tu piso han entrado finalmente las chinches parisinas. Te quedarás dormido, como de costumbre, viendo una serie, el cine te seguirá pareciendo algo terriblemente aburrido, irás a algún concierto de música clásica, o como se llame eso que te gusta, y llorarás mientras escuchas. Siempre te pasa esto, que lo que no lloras en la vida real lo lloras en un teatro. Harás más comentarios jocosos de los necesarios, muchos no los entenderán, otros quizá hieran a pesar de no tener mala intención: piénsalo, tal vez no seas gracioso. Te diagnosticarás tres veces cáncer buscando en Google cualquier pequeño síntoma que te atormente. En el trabajo, elaborarás diapositivas, que tus compañeros llaman slides, y tu semana será sospechosamente parecida a la anterior aunque con matices. Tendrás miedo: miedo de estar radicalizándote, miedo de ser demasiado tibio, miedo de ser cobarde, miedo de pasarte de listo. Llamarás todos los días a casa, como haces siempre, como crees que tienes que hacer, como te gusta hacer. Te aburrirás en muchas conversaciones, cada vez te cuesta más sonreír, no mirar el reloj, no sacar el móvil, no resoplar, no arrojar el vaso a tu interlocutor. Igual te mueres, igual no. De ser así, no me gustaría irme sin haberles dicho al menos una última vez: gracias.
¡Gracias a tí por compartir tus pensamientos!
De acuerdo en que la parte ontológica de la religión católica es más acertada y profunda a la hora de encontrar respuestas que horóscopos, eneagramas, etc. Sobre la parte emocional, aunque tu previsión semanal parezca algo apática, esconde lo esencial: Amor; al arte y a los tuyos. Incondicional e inexplicable.