Me siento en la terraza de Cravan en Saint Germain con BC. Para digerir el pato con aceitunas que hemos compartido, me tomo un French 75 empalmando cigarrillos de los de combustión, de los de siempre, de los que ahúman a la vecina americana que hace aspavientos cada vez que le rodean las volutas de Marlboro. Si le molesta el humo en las terrazas, puede volver a tomar matcha latte con leche de avena en la terraza junto al parking del Dunkin Donuts de Wichita. Hace un calor horroroso, de los que abrasan las ganas de vivir, de los que invitan a instalarse en una cueva con suficientes provisiones de gazpacho y discos de la Caballé para pasar estos meses decadentes. Estamos a las puertas de la semana de la moda masculina y la ciudad se disfraza de tendencia, invadida por gente cuya personalidad es un armario que cambia cada temporada. Lo último es llevar unas bermudas inmensas con calcetines hasta las rodillas. Durante mucho tiempo, hay quien ha intentado convencerme de las virtudes térmicas del pantalón corto. El argumento, cubriendo las pantorrillas con un espeso tejido sintético elástico, ha caído este año como un castillo de naipes. Cuando ya he visto pasar a veinte igual vestidos, empiezo a sentir que en realidad somos los británicos asediados en Tobruk y que de hecho se trata de las Ratas del Desierto. Uno nunca sabe lo que será moda, pero en estos tiempos de apogeo belicista, resulta curioso ver esta estética militar urbana tomar las calles de París, o quizá simplemente la metáfora del desierto estético y humanístico se traduce también en una forma de vestirse. BC me invita amablemente al cóctel.
Por estas fechas siempre quiero sacar un artículo criticando el verano, pero ya no me apetece. Odiar el verano tenía algo de aristocrático y punk, de antisistema, de subcultura, pero ya he visto pasar demasiadas líneas en esa misma dirección. Me quedo algo huérfano cuando me invaden las excentricidades, la masa gentrificando mis espacios de soledad, debiendo así abandonarlo todo, apresurado, en búsqueda del siguiente refugio. Me alegra el éxito de José Antonio Morante, oriundo de La Puebla del Río, pero había un placer íntimo en esas tardes de soledad, rodeado por los silbidos de un público que no había sabido ver que en un solo natural del maestro había pasado toda nuestra vida cosida al albero. Con lo del verano me sucede un poco lo mismo, quiero tener razón, pero no compartirla, seguir perteneciendo a la orgullosa minoría, mi trabajo aquí está hecho, perderme entre la gente y volver en silencio a mi guarida, leer a Peter Handke con las contraventanas cerradas bebiendo fría agua con gas y pensar así en la siguiente batalla que libraré en solitario, cargando contra molinos. A pesar de ello, ayer salí a la calle. Fui testimonio del horror al ver una fotografía que me había tomado un amigo, en la que me descubrí como un acordeón de lino inmenso, sin resuello, en este infierno que es París, unos mocasines ingleses como última barrera de defensa ante todos esos pies que no piden refrescarse, sino ayuda médica. Hoy también se despliega la tarde tórrida e interminable en esta ola de calor que ha abrasado hasta los afectos. La idea de un paseo es un suplicio y paso las páginas de La vegetariana de Han Kang diciéndome que ya no entiendo ni a la Academia Sueca. El artículo sale tarde pero es que a mí no me quedan ni las fuerzas de escribir. Supongo que se me pasará, que llegará un soplo de aire fresco arrasando con este horror de ruido y furia, que podremos volver al Ritz sin tener que pelearnos con influencers, que volverá a apetecernos pasar horas en la cocina cocinando para la gente a la que queremos, que podremos pasear las calles nuevamente con chaqueta, pero hasta entonces el suplicio tendremos que vivirlo en silencio, como hemos hecho siempre, empalmando novelas, hilando las horas.
A mi el verano sólo me gusta sin niños, junto al mar, y leyendo intrigas vaticanas, posiblemente alternando con crucigramas. Ánimo Ignacio, que en peores plazas hemos lidiado.
Me repito los naturales al segundo en Las Ventas cada vez que el verano me supera.