“Mi misión es matar el tiempo y la del tiempo es matarme a mí. Se está bien entre asesinos”. Cioran. El dos mil veinticuatro se nos muere. No sé si lo maté yo o usted o, en uno de esos diagnósticos algo vagos, podemos hablar de una parada cardiorrespiratoria. Otro artículo sobre el final del año. Qué pereza. El año pasado, al ser el primero, le decía que no sabía si lo haría todos los años o no. Pues aquí me tiene. No recuerdo si alguna vez hemos hablado de esto: en marketing, cuando se realizan estudios de mercado, se hace una diferenciación entre el yo declarado y el yo real. Le pongo un ejemplo: la cadena de comida rápida estadounidense Wendy’s, conocida por su hamburguesa insignia, bautizada con el evocador nombre de Baconator, preguntó a sus clientes que qué querían, qué buscaban, cómo podían mejorar sus restaurantes. Obviamente, todo el mundo respondió que ellos comían hamburguesas porque no había una alternativa sana, así que la empresa se puso manos a la obra y lanzó un plan multimillonario para instalar bufés de ensaladas en todos sus restaurantes, de la Costa Este a la Oeste, de la Bahía de Muskeg al Río Grande. Fue quizá uno de los fracasos más notorios en la historia de la comida rápida. ¿Saben cuándo sucede eso, en qué momento nos equivocamos así, la chispa de ese incendio? Cuando creemos a los que nos hablan de lo que querrían ser y no nos preocupamos por comprender lo que realmente son. Por eso estos días hay que sacar el más fino de los tamices y entender que, detrás de cada proposición que uno se hace para el año nuevo, se oculta torpemente una frustración terrible. No compartan los propósitos, que su mano izquierda no sepa lo que se propone su mano derecha.
Seguimos. Cada vez que pregunto a alguien por la Nochevieja y el Año Nuevo, no parece gustarle. Hay sin embargo una sensación de obligatoriedad festiva, no dejar que se nos vayan las últimas horas del año sin prestarles la suficiente atención ni de comenzar el que empieza sin un sentimiento de excepcionalidad, sin participar de esa fiesta a la que ni queremos ir ni nadie nos ha invitado. Es quizá la mayor celebración por compromiso del mundo, aunque no sé con quién estamos comprometidos ni por qué. Honestamente, a mí me daría exactamente igual que usted celebre o no la Nochevieja, que la pase en bata de seda dejando caer la ceniza del cigarrillo sobre un cenicero con un gran logo de Martini mientras escucha Franco Battiato que comiendo un bocadillo de chistorra viendo en la televisión por enésima vez algún capítulo de The Sopranos, que a medianoche esté usted dormido o despierto. Hace tiempo lo pasábamos en casa y terminábamos viendo una de esas galas televisivas que constituyen un testimonio tan fidedigno como espantoso del estado cultural del Reino de España. Desde hace unos años, vamos a cenar donde siempre, en las otras mesas se repiten los mismos rostros y más o menos bebemos y comemos lo mismo, con lo que tiene algo de tradición consolidada. Respecto al día uno, seguiremos con las tradiciones y resonará en casa la fanfarria del Te Deum de Charpentier. Desde que nos abandonara José Luis Pérez de Arteaga, comenta desatinadamente el concierto de Año Nuevo Martín Llade, una de esas personas que piensa que la democratización de la cultura y su divulgación pasan por hablar a la gente como si fuesen imbéciles. No voy a ser yo quien le lleve la contraria respecto de este último punto, es probable que una amplia mayoría de la población sea mema viendo el estado del todo, pero a mí me irrita profundamente que me traten como si no me llegara oxígeno al cerebro. Da la sensación de que nos quieren cautivos, desarmados y, sobre todo, lerdos. Este año veremos a Muti, siempre Muti, el mejor director vivo, alguien que alternaba en Salzburgo con Karajan y Bohm, que estudió con Antonino Votto, uno de esos hilos dorados que nos mantienen cosidos a la mejor historia europea, y esos hilvanes afortunadamente no los puede deshacer ni el peor locutor del mundo. Mientras pasan por el televisor los planos de los adornos florales del Musikverein, las imágenes de bellísimos paisajes a orillas del Danubio, los techos estucados de la biblioteca de la Abadía de Melk o algún pas de deux interpretado por las estrellas del ballet estatal vienés, todo con esa pátina cursi-vintage muy del gusto austríaco, en casa iremos pelando patatas.
El primer día del año, tras el concierto, en casa se comen huevos fritos con patatas y champagne. Los huevos fritos con patatas son un elogio de lo humilde, de lo sencillo. En esa categoría, el veinticuatro me ha regalado un plato de pasta con pez espada en el puerto de Nápoles, donde Antonio; una manta de Ezcaray para echar las horas leyendo en el sofá; mi nuevo sastre berlinés formado en Saville Row; una chaqueta austríaca en cachemira color verde cazador; los musicales del West End; los martinis en el Hemingway; una gigantesca gabardina nueva; las inmensas pintas de Agustiner Bräu junto a la catedral de Múnich; la sobria elegancia de las verduras de Passard; el último plato de macarrones del Épicure antes de la salida de Fréchon; dormir de nuevo en el María Cristina; comer otra vez en Arzak; las bodas de algunos buenos amigos; seguir cocinando fideus a la cassola para la gente que quiero; mis gatos que siempre andan por ahí, desperezándose, durmiendo, enroscándose sobre sí mismos, mirando por la ventana, observando como si comprendieran. El champagne, en cambio, representa lo sublime, el misterio, lo inasible, que en este año que morirá dentro de poco o nada se ha manifestado en forma de la Netrebko cantando la Gioconda en el San Carlo, una fuerza de la naturaleza; la voz de Silvia Pérez Cruz, una ternura infinita; el Tannhäuser de Bayreuth, un misticismo sublime; el pianismo de Volodos en el Mozarteum, una poesía misteriosa; escuchar a Jaho muriendo de nuevo, una Butterfly para los siglos; Vargas Llosa y su Conversación en la Catedral, un prodigio en cada línea; la octava de Bruckner en Salzburgo dirigida por Muti, un portal a lo trascendente; el Fauno Barberini en un museo prácticamente vacío, una sensualidad exuberante; atisbar brevemente las Hébridas Exteriores más allá del estrecho de Minch mientras hablaba con Alexander McQueen, un puente entre el allá y el acá; la Davidsen, mi Lise, tú que has sido tantas cosas, todo lo que podemos desear, en tu Isolda y tu Elisabeth, tu Lisa y tu Tosca, se desparrama la historia, la lírica, el teatro, el arte, la Gloria. Del veinticinco no espero nada, quizá porque tampoco lo espere de mí. Entiéndame, vamos, como diría uno de esos intelectuales del fútbol, partido a partido, no hay rival pequeño, son tres puntos muy importantes, fútbol es fútbol y goles son goles, intentaremos que no nos marquen, como los púgiles moveremos los pies y mantendremos los puños en alto, lo cual no es garantía de nada porque siempre le pueden colar a uno un gancho en el mentón y tumbarnos sobre la lona; de suceder, que podría ser el caso, nos arrastraremos hasta la esquina, nos pondremos una toalla con agua fría en la frente e intentaremos volver al centro del ring. Lo que no puedo prometerle es que vaya a perder peso, aprender chino, plantar un árbol, terminar la novela, aprender a ir en bicicleta, ser más responsable con mis finanzas. El único compromiso del que me veo capaz es el que ya tenemos usted y yo, el de seguir viéndonos aquí todos los domingos a las once y once, no sé si mejor, porque el que le escribe, para tremenda frustración propia, hace ya casi todo lo que puede, pero al menos con la misma ilusión. También un compromiso con la vida y la cultura, con lo que es bueno y bello, con la poca gente que sigue aguantándome, la promesa de viajar tan solo cuando haya algo interesante que ver u oír; de vestirme todas las mañanas como si me fuera a cruzar con la mujer de mi vida en el ascensor; de seguir combatiendo a los cursis en todas las instancias y ocasiones que se presenten; de hablar únicamente cuando tenga algo que decir; de no ser pesado; de responder menos a menudo a los mensajes con los que se me van las horas; de perder menos lápices; de dedicar más horas al piano; de llegar al verano con un alemán casi funcional; de volver a pasear por Londres, Salzburgo, Viena, Múnich. Flaubert decía que hay que privarse de todo cuando se quiere hacer algo. No sé qué quiero hacer, con lo que no tengo ninguna intención de privarme de nada. Le sugiero haga usted lo mismo. Nos leemos en dos mil veinticinco.
Veintinueve de diciembre de dos mil veinticuatro A.D.
Laus Deo
En ocasiones, me deleito escuchando música ,su sonoridad me emociona.
Con tu prosa me ocurre lo mismo me "emociona", la elegancia y sonoridad con que la escribes.
Cuento con ella en un feliz 2025 para todos.
Hoy Muti no nos ha defraudado ,como siempre ,UN GRANDE ! UNICO
Feliz 2025 ,huevos fritos y champagne !
Nos leemeos!
con la esperanza de que este año caiga la GRAN NOVELA ,NO NOS DEFRAUDES !Ahi lo dejo tienes 12 meses ...;)