'It was here I found her, and she is divine beyond all living things. When she acts you will forget everything.” El retrato de Dorian Gray
Este texto lo escribo desde J Sheekey, que es donde vengo a beber martinis y comer lenguado cuando se me hace tarde en el West End. Ir a ver teatro a Londres puede ser visto como un esnobismo similar al de hacerse la ropa a medida, pero como respondió aquel sastre a un periodista cuando le preguntó que cuál era la diferencia entre un traje bespoke y uno de prêt-à-porter y si ésta justificaba su precio: “si hace usted la pregunta es porque nunca se ha hecho un traje a medida”. En medio del clima asfixiante de esta campaña electoral que nos envilece a todos (a algunos más que a otros), creo que la cultura ejerce su rol de refugio con una fuerza renovada: no me ayuda únicamente a olvidar durante unas horas la llegada inexorable de la muerte, sino también la puerilidad del debate público, a apreciar la escasa importancia del momento presente. En cualquier caso, si he peregrinado una vez más hasta el teatro de la ópera de Londres para ver el Don Carlo es porque finalmente he hallado la respuesta al sentido de la vida, o al menos de la mía: me he enamorado. Lise Davidsen es hoy la promesa de una época que en la lírica no vivíamos al menos desde la aparición de Caballé a finales de los sesenta y principios de los setenta. No nos podemos quejar, vivimos realmente en una edad dorada para las sopranos en la que compiten Netrebko, Yoncheva, Pirozzi, Jaho, Radvanovsky , Oropesa y unas cuantas cantantes más de cualidades innegables, pero en Davidsen lo que nos arrolla no es únicamente eso. Cada vez que la he visto he sentido la misma magia que me emociona al ver a Caballé en les Chorégies d’Orange cantando Norma, o escucho a Callas en disco interpretando Tosca o a Nilsson encarnando a Isolda. Definir la voz de Davidsen es imposible. Podríamos hablar de volumen, de proyección, de la belleza del timbre, de squillo, de su calidad técnica, del rango dinámico, pero sería como decir que la Capilla Sixtina es un espacio rectangular de 40,9 metros de longitud, 13,4m de anchura y 21,1m de altura. Las palabras no bastan, se desparraman inservibles, brotan inermes ante la embriagadora belleza del instrumento y la sensibilidad inenarrable de una artista que con tan sólo 36 años es ya todo con lo que soñábamos los amantes del género.
Se consagró en 2019 en la cima de la verde colina y desde Bayreuth, como forjada por los sagrados fuegos wagnerianos que arden bajo la cúpula del teatro ideado por Richard, su interpretación de la Elisabeth de Tannhäuser la elevó hasta el mismo Walhalla. Davidsen fue entonces un fenómeno que pasaba de boca en boca, el milagro inesperado que los asistentes al festival alemán llevaban esperando décadas. Sin embargo, la genial soprano no se conformaría con satisfacer a los wagnerianos. Si la memoria no me falla, la primera vez que la vi en directo fue en esta misma Royal Opera House de Londres cuando debutaba el rol principal de Fidelio. Esta fue mi última salida antes del encierro que el COVID nos impuso y debo decir que, del mismo modo en que la protagonista de la única ópera de Beethoven en un acto de amor se traviste para poder rescatar a su marido, Davidsen me rescató del encierro antes de que se produjera con una interpretación que de tan portentosa dejó a Jonas Kaufmann como si fuese un pobre solista del coro del Liceo. En el confinamiento la escuchaba ansiando el día en que pudiese volver a verla. Desde entonces han sido varias las ocasiones. Recientemente y también en este teatro (Lise, siempre nos quedará Londres), la vi sacrificarse en tanto que santa virginal para redimir a Tannhäuser de un pecado que ni siquiera Su Santidad fuera capaz de perdonarle. Hoy es otra Elisabeth, esta vez no viene de Wartburg sino de Valois y se convierte, en contra de su voluntad, en reina de España y, sin ser ella consciente, también de mi corazón. Desde aquí y ahora mismo me declaro el más fiel de sus súbditos. Los pianissimos del cuarteto Ah! si maledetto, sospetto fatale son ingrávidos, ligerísimos, como si se filtrasen a través de los muros pareciendo surgir de la nada, con una filatura que de milagro no rasgó el telón. Su Tu che le vanità es ya referencial y todo el último acto lo lleva con un magisterio pasmoso para una artista que ha debutado el rol hace escasamente dos semanas. Cabe destacar el esfuerzo de la Royal Opera House por cuadrar un reparto que, como dijo no recuerdo quién, exige tener a los cinco mejores cantantes vivos. Brian Jagde interpreta con solvencia el rol principal, aunque el mayor éxito recae en su bromance Rodrigo cantado con mucho gusto por Luca Micheletti. Grandes y merecidas ovaciones para el Felipe II de John Relyea y la Eboli de Yulia Matochkina. El maestro Bertrand de Billy supo mantener viva la tinta verdiana, aunque durante los dos primeros actos fuese algo pasado de volumen en algunos pasajes.
Como decía al principio, viajar para ir al teatro puede que sea una excentricidad. Sin embargo, es un capricho que nos permite sentir el hilo invisible del tiempo que nos cose con cariño a la hermosa tradición europea, cima de la humanidad. Ver a una noruega dirigida por un francés triunfar cantando una ópera escrita por un italiano partícipe del risorgimento en el teatro de la Real Ópera Británica es un bálsamo que nos hermana con todos los que han participado a lo largo de los siglos de la construcción de una identidad común. Puede sonar exagerado, pero la Davidsen es la cantante por la que la ópera es el género total. Estamos viendo nacer una época que en cien años llorarán no haber vivido los que queden condenados a escucharla en disco o verla en vídeo, preguntándose cómo era sentirse vibrar bajo la voz de oro de esta intérprete única, la caja torácica reverberando junto a la suya, el teatro en suspensión entre un silencio opresivo y unos muros que parecen venirse abajo. Y ahora permíteme, Lise, que me dirija a ti en exclusiva, que te escriba estas palabras: Verdi, Wagner, Strauss, cuando escribían lo hacían pensando en ti, en la sola posibilidad de tu existencia, soñando hace más de un siglo con que algún día llegarías. Ojalá el fantasma de Carlos V me hubiese arrastrado contigo a las profundidades de Yuste y allí, con toda la eternidad por delante, poder al fin reposar en un lugar mejor donde todos los días cantas tú.
PS: la community manager me dice que dé contexto cuando hablo de mis cosas por la cantidad de ignaros que andan sueltos por el mundo. A continuación os dejo algunos enlaces por si queréis escuchar a la Davidsen. El primero es el Pace, pace mio Dio de La Forza del Destino de Verdi. El segundo, el Dich teure Halle del Tannhäuser de Wagner.
Esperaba un sesudo análisis de la podredumbre política hispánica o en caso contrario de la francesa que me interesa más y en vez de eso estoy escuchando ópera a todo volumen en un pueblo de 30 habitantes.
Espectacular !