Hay bellísimas personas, dechados de bondad que tan solo encuentran la felicidad en la suya propia, sin herir a nadie: en la mirada de un niño, en el crujir de las hojas en otoño, en el olor de los jazmines al anochecer, en unos cachorritos de golden retriever correteando sobre los verdes prados mientras suena de fondo, inexplicablemente, música de Enya. Para los que no estamos tan cercanos a la santidad, los alemanes acuñaron el término Schadenfreude, que viene a ser el regocijo que nos invade ante el sufrimiento ajeno. Es feo, aunque placentero, como comer especies protegidas o beberse el líquido de los berberechos. Quizá la forma más elevada de Schadenfreude sea ver a tu ex hacer el ridículo. No puedo evitar imaginar ese gozo de la Rosalía en los premios Grammy que tuvieron lugar en Sevilla cuando, tras haber protagonizado la única actuación que tuvo algún tipo de relevancia cultural y/o musical, vio al tal Rauw (esa grosera transcripción fonética ya debió de haberte alertado, muchacha) hacer una versión de Se Fue de Laura Pausini que, por su nula calidad y falta total de interés, no deja lugar a dudas sobre por qué la persona a la que él cantaba decidió dejarle poco más que el recuerdo del perfume de sus cabellos. De hecho, viendo de nuevo la actuación (ya lo hago yo por ustedes, no se torturen) lo que uno se pregunta es quién carajo estuvo allí en algún momento mostrándole su sonrisa de fábula a tan gris persona.
Vamos a lo importante, pasado este momento de salseo inicial o de eso que ahora llaman en las redes sociales el bife. Explicaba Rosa Belmonte en Onda Cero que las hijas de Manuel Alejandro intentaron que la academia de los Grammy Latinos (o Latin Grammy, como los llaman ahora, para culminar la humillación) hiciera al menos una mención a su padre. La organización las ignoró. Manuel Alejandro no necesita que nadie le homenajee: es el mejor escritor de canciones vivo en España y un pilar de nuestra mejor historia. Manuel Alejandro es aquel que cada noche te persigue, dueño del aire y del reflejo de la luna sobre el agua, que te ama con la fuerza de los mares para que no se rompa la noche ni llegue la mañana, rebelde porque el mundo le hizo así aunque a veces procure olvidarte siguiendo la ruta de un pájaro herido. Además, él mismo, con lógica implacable, precisó que si Raphael no tiene ninguno y Julio Iglesias tan solo tiene tres quizá no sean tan relevantes. En cualquier caso, fue Rosalía, que acumula ya suficientes méritos como para que el rey le conceda un título, la que se tomó la justicia por su cuenta abriendo la gala con una de las grandes creaciones del compositor y letrista: “Se nos rompió el amor”.
A la de Sant Esteve Sesrovires se le rompió el amor este año y matizó la letra original precisando que fue debido a una falta más que a un exceso de uso, lo cual, tras lo expuesto en el primer párrafo, no es sorprendente. Viendo al chaval, como decimos en catalán, es un peix bullit y, como dicen en francés, no tiene tampoco pinta de ser el cuchillo más afilado del cajón. Rosalía, eligiendo esta canción, caminaba sobre fino hielo. La comparación con la Jurado era inevitable, sabiendo además que Rocío recibió esta composición del maestro jerezano en plena separación del púgil Carrasco. Todo lo que cantó la Jurado es referencial, pero a ello se suma la experiencia de una mujer y artista madura que sale de un divorcio frente a la ruptura postadolescente de una joven que decidió que acostarse con un tipo que canta “como la dieta keto por ti me controlo y me quedo quieto aunque quiero comerte to’ eso completo de ese culo me volví un teco, eh” podía aportarle algo más que cenas en silencio frente a la pantalla del móvil. Complicado reto. Sin embargo, los filatos de la catalana, esa emisión que parece pender de un hilo invisible, una caricia de ternura y seda, fueron el contraste con la exuberante opulencia y la furia de la de Chipiona: Rosalía nos dio la interpretación que nos faltaba, que necesitábamos sin saberlo. En la Norma de Bellini, la Caballé fue la madre, la que jamás mataría a sus hijos; Callas, en cambio, fue la amante, la que en cualquier momento, despechada, podría degollarlos. María Callas fue a un cine de París a ver la Norma que La Superba cantó en les Chorégies d’Orange en 1974. Al salir, conmovida, envió unos pendientes (los que ella misma luciera al cantar ese mismo rol en La Scala en 1955 bajo la dirección escénica de Visconti) a la mejor soprano española de todos los tiempos diciéndole que ella era Norma. Caballé jamás se puso los pendientes porque, decía, Callas sólo hay una. La opinión de Rocío sobre la forma en que Rosalía ha hecho también suya esta canción que forma parte del imaginario colectivo tan solo la escuchará el silencio. Qué afortunados somos.
PS: a continuación comparto generosamente contenidos que pueden contribuir a la mejor comprensión y disfrute del hebdomadario texto.
La Caballé en Orange, momento cumbre del canto lírico. Como se aprecia en el vídeo, se daban todas las circunstancias para la catástrofe. Un viento huracanado obligó a los músicos a fijar con pinzas las partituras a los atriles y la cantante confesaría que debido al frío se tuvo que meter papel de periódico debajo del vestido. Sin embargo, el milagro se produjo como podrán ustedes escuchar y afortunadamente quedó grabado para la historia.
Rosalía cantando "Se nos rompió el amor”. Simplemente, un apunte: lo único que empaña su brillante actuación es la estulticia del público. Si prestan atención, en el segundo cuarenta del minuto tres el arreglista (ignoro si fue ella misma, pero aplaudo el trabajo realizado) pretendía crear un fuerte contraste entre las palmas y guitarras y el canto a capela, un silencio dramático. El efecto se rompe porque la gente se había puesto a dar palmas a su manera y, evidentemente, no saben parar a tiempo. Las palmas son un instrumento, dejen de hacer el ridículo y, ante todo, respeten a los músicos.
Rocío Jurado cantando en el programa de Jesús Quintero. No hace falta, viendo el vídeo, explicar por qué era la más grande. Difícil hacer tanto con tan poco: sencillamente su voz y un muy minimalista acompañamiento de guitarra.
Nuevamente sin palabras. Qué jolgorio es leerte!
Cabe recordar la interpretación de Fernanda y Bernarda de Utrera... maravillosa. Ellas quizá no entenderían la versión de Rosalía por innovadora y, sobre todo, porque aun entregándose la niña laboriosamente al sentimiento, resulta muy joven, guapa y exitosa para expresar bien la profundidad de este cante. Será que en efecto, el muchacho no la amó como para llorar bien su ausencia.