“Su marido le pilló con el amante. Ya sabéis que tiene un temperamento complicado. A él le pegó un tiro aunque digan que es un suicidio y a ella le dio una paliza, por eso fue al hospital de urgencias.” “En realidad se están divorciando porque él lleva tiempo liado con otra, que es amiga de la familia y el marido, gay, vive en Francia. Es ese el motivo por el que les chantajea no saliendo en los medios.” “En realidad, la aceptaron en la familia por su compatibilidad con el padre. Como él está muy enfermo, le están transplantando sus órganos.” “Lo que sucede es que están llevando a cabo un rito mágico por el que le están implantando el alma de la abuela muerta. Ella ya no está con nosotros. Estos rituales son complejos y pueden llevar varias semanas.” ¿No os da vergüenza? ¿No sentís una náusea? ¿No notáis ese amargo, espeso reflujo en la boca? Quién habría de decirnos que la ausencia de la Princesa de Gales, madre del futuro rey de Inglaterra, supondría la desaparición del mínimo escrúpulo que cualquiera debería tener al hablar de un tercero. El espectáculo que llevamos viviendo desde hace meses ha quedado desnudado tras las declaraciones de la propia Kate Middleton el pasado viernes.
En la salud, es complicado imaginar la angustia de un enfermo de cáncer de cuarenta y dos años que, tras recuperarse de una cirugía complicada, deba hacer frente a un tratamiento de quimioterapia. Más compleja es la situación cuando debe ser explicada a sus hijos, unos niños de diez, ocho y cinco años. Imaginamos insomnes las noches de ese padre de familia que, además de haber perdido recientemente a sus abuelos y conocer que su padre padece un cáncer, se enfrenta a la enfermedad de su mujer. En realidad, todo esto nos ha dado exactamente igual, nadie ha parecido preguntarse antes de apretar el gatillo de la bilis, nada nos ha impedido rebozarnos en una bajeza que ahora miramos con disgusto y asco. La reflexión debería haber llegado antes, al ver las imágenes de ese hombre agotado y ojeroso que intentaba seguir cumpliendo con su deber. Es demasiado tarde para una mujer que hubiese preferido padecer en la intimidad del hogar y en el seno familiar en lugar de tener que grabar un vídeo de algo más de dos minutos en un banco del jardín compartiendo su desgracia para ver si así nos detenemos, paramos este circo vil, dejamos de ser unos canallas, cesamos en nuestra especulación mezquina.
De un tiempo a esta parte confundimos la información con el entretenimiento. Empezamos por convertir los sucesos escabrosos en productos de ocio, ese espanto llamado true crime, y hemos acabado convertidos en unos rufianes que hacen befa de una joven madre enferma que quería llevar su convalecencia en la intimidad, junto a su marido y sus hijos, pues bastante grande es su cruz como para sumarnos nosotros a ese peso infausto. Algo anda roto en nuestro interior cuando, frente al aburrimiento, teniendo a nuestra disposición la oferta de ocio y cultura más vasta y menos costosa en la historia de la humanidad, preferimos refocilarnos en el mal ajeno. Qué apetito oscuro es ese que, ante el silencio cauto que se había impuesto el palacio de Kensington, llena sus huecos con mentiras crueles, prácticamente deseando la desgracia, guionistas de la vida ajena. Pudiendo ser el Cireneo, habiendo podido aligerar la carga de esta familia con decoro y prudencia, decidimos sumarnos a la turba mofándose del afligido simplemente por entretenernos. Obviamente, todo en Cuaresma. Aunque resulte perogrullesco, quizá sea un momento tan bueno como cualquier otro para que recordemos que tras cada noticia hay personas que padecen y merecen un respeto, incluso si estas personas son la casa real británica.
Cómo somos..... Muy buena crítica.
Chapeau