En enero fui a tomar un café con una persona que había mostrado un cierto interés en el Jardín. Me dijo que agradecía este espacio algo fresco que se salía del fango en que la política nos sumerge en la vida cotidiana. Sin embargo, hoy, muy a mi pesar, le voy a hablar de política, porque la gravedad de lo sucedido esta semana no me deja, a mi entender, alternativas viables; no me sentiría cómodo hablándole del nuevo traje de franela que el sastre me va a mandar esta semana o la que viene o del extraño restaurante Le 703, detrás de mi casa, regentado por japoneses que ejecutan con la mayor delicadeza posible la mejor cocina francesa. En primer lugar, me gustaría disculparme con usted. Todo el mundo decía que el mundo se iba al guano y yo respondía que no, que no era tan grave, que lo de Trump sería como la primera legislatura, mucho ruido y pocas nueces, ningún impacto real sobre nuestras vidas cotidianas, que a ese señor había que juzgarle por lo que hacía, no por lo que decía, ya que era más payaso y bocazas que otra cosa. Sin embargo, esta semana le hemos visto proclamar que la invasión de Ucrania la empezó (amárrese los machos) Ucrania, lo cual es una mentira fácil de desmontar. También ha invitado al presidente Zelenski a convocar elecciones, cuestionando su legitimidad en el cargo. Recordemos que el presidente ucraniano no puede convocar elecciones porque su país se encuentra bajo la ley marcial, ley en vigor por la situación de guerra causada por la invasión rusa. Al que no parece cuestionarle la legitimidad en el cargo ni invitarle a convocar elecciones es a Vladimir Putin, para el que parece que las normas del propio presidente Trump no aplican, un demócrata de relumbrón que tiene la fortuna de ver cómo todos sus opositores se iban cayendo de las ventanas de Moscú o merendaban polonio en Londres. Para más inri, se reunieron estadounidenses y rusos en Arabia Saudí, acogidos por el príncipe que descuartiza a gente en sus embajadas. Llama también la atención el escrúpulo con el que habla Donald de procesos democráticos cuando negó la victoria de Joe Biden lanzando a una banda de iletrados disfrazados de jóvenes castores mutantes a tomar el Capitolio por asalto, astracanada que terminó con cinco muertos. El líder del mundo libre ha escrito esta semana un texto ignominioso en el que menospreciaba a Zelenski, entre otras cosas, por su condición de cómico de medio pelo. Debería recordar el presidente que al terror socialista lo derrotó una tríada compuesta por un santo polaco, la hija de un tendero y un actor de medio pelo, líder del partido que ahora desprestigia con sus actos, que tuvo el coraje de plantarse ante el muro de Berlín, bajo la puerta de Brandeburgo, y dejar una frase que a día de hoy sigue resonando: “Mr Gorbachev, tear down this wall”. Dos años después caían el muro y la Unión Soviética.
¿Cómo vivimos esto por Europa? Con estupor. Trump en realidad ha levantado la manta, dejando nuestras vergüenzas al aire. Salió un señor a llorar en la cumbre de defensa de Múnich, y no es para menos. Salvo los polacos, que por su situación geográfica, más que verle las orejas al lobo, ya sienten su aliento, casi ningún país europeo ha hecho los deberes en materia de defensa. El PIB de Alemania es el doble que el ruso; el francés, un cincuenta por ciento superior; el italiano, un diez por ciento. Sin embargo, nos comportamos como si nos enfrentáramos a la URSS en todo su esplendor, en lugar de a un pobre exespía nostálgico que está sacando los trastos que le quedaban en el trastero. La única ventaja de Putin, de esto ya alertó Thatcher (que es una señora que entendía todo antes que cualquiera) hablando de la tragedia del submarino ruso, es que él no tiene ningún aprecio por la vida de sus compatriotas. Esta semana ha dicho Yolanda Díaz, vicepresidenta del Gobierno de España, que ella está a favor de aumentar el gasto en defensa si no es con fines belicistas. A este Gobierno le agradezco abrirme nuevos horizontes de la estulticia humana, porque yo no tengo la fortuna de cruzarme con tontos semejantes en mi día a día, y mire que he conocido a bobos siderales. Europa había pensado que era posible externalizar la defensa del territorio nacional sin tener siquiera que pagar por ello. Uno se unía a la OTAN y más o menos se olvidaba del tema, un par de veces al año le invitaban a comer en algún país donde se sacaba una foto junto con otros señores como él en esos escaloncitos ridículos que instalan siempre para esas efemérides con muchas banderas detrás y ya lo tendríamos. Trump nos ha dicho que si esto es una guerra europea, quizá nos toque a los europeos mover el culo, lo que tampoco parece tan descabellado, más teniendo en cuenta que Putin ha infiltrado disfrazado de ecologismo al enemigo en casa (pensemos en el muy socialdemócrata Schröder haciendo lobbying sobornado por los hidrocarburos rusos), haciéndonos cerrar las nucleares para terminar comprando su gas y así, paradójicamente, financiar su agresión contra nosotros mismos. Salió el ministro de exteriores español, Albares, disfrazado del botones Sacarino a decir que la Unión Europea se enfrenta a muchos retos, uno es Rusia, otro el cambio climático. No voy a repetir de nuevo lo de este gobierno y los tontos, pero yo me debato entre el llanto y la carcajada.
Trump llegó al poder con la promesa de Make America great again. Para mí, en gran medida la grandeza de ese país es ver las cruces blancas a escasos metros de las playas normandas y entender que hubo un tiempo en que los americanos estaban dispuestos a dar la vida por la libertad y la defensa de los derechos humanos, en que combatían en el Pacífico y en el Atlántico para mostrar al mundo que la tiranía no es una opción, una época en que Estados Unidos era, digámoslo así, el referente de los buenos. Luego está lo de cómo vivimos todo esto por aquí. Lo de apoyar a Putin es una cosa que hacen del bracete las extremas izquierdas y derechas (hemos visto a los carpetovetónicos del partido verde y nombre en latín decir cosas muy extrañas, siendo Hermann Tertsch el único que parece guardar algo de cordura, que ya es decir). Mire, permítame que le diga algo, por mucha admiración que alguien sienta por un líder extranjero, lo de alabarlo de forma acrítica, olvidando que su trabajo consiste en defender los intereses de un país que no es el nuestro, especialmente elogiarlo después de unos días vergonzosos que han debilitado todo nuestro ecosistema frente al tirano, eso no es patriotismo, eso es servilismo. Creo que soy una de las pocas personas fuera del armario de la derecha en España. Nunca he dicho ser de centro, ni de centro-derecha; yo soy, sencillamente, de derechas. Soy de derechas porque creo en nuestra piedra fundacional, el liberalismo o, lo que es lo mismo, la defensa a ultranza de los derechos humanos, la libertad del individuo, la propiedad privada y eso que dicen al inicio de la Constitución Americana, el derecho a buscar la felicidad. Con los años me he ido haciendo cada vez más conservador, porque creo que hemos construido un sistema extrañísimo, de una fragilidad y belleza sensacionales, figuritas de cristal, con su alternancia en el poder, educación y sanidad universales, seguridad en las calles, un ecosistema único que nos permite convivir en paz a los distintos. Esto es lo que quiero conservar. Así que, a riesgo de ser categórico, no considero de derechas ni me veo reflejado en las bobadas de tinte nacionalista que nos asuelan, en el proteccionismo ni en la guerra comercial que son los enemigos naturales de lo que conocemos como la Pax Americana, ni mucho menos en cualquier estrategia de pacificación que pase por servir una victoria en bandeja de plata a un tirano. Decía San Juan Pablo II que había que defender la verdad a toda costa, aunque volviéramos a ser tan solo doce. Con los valores fundacionales de occidente, me temo, tiene que pasar lo mismo
Si bien estoy de acuerdo contigo en el esperpento político que vivimos, en el que observamos la quema de libros y nos hacemos los suecos, como si no hubiese aún supervivientes de lo acontecido hace menos de una vida, he de decir que yo no me identifico ni con la izquierda sucia que se abandera de causas irrisorias ni con la derecha mezquina que se agarra las perlas. A mi me dan miedo muchas cosas pero si tengo que aprender a vendar heridas en las trincheras lo haré, porque hay cosas sagradas, como la libertad de expresión (educada) y poder leer lo que me dé la real gana. No obstante, y aquí viene mi discrepancia con tu discurso político, el capitalismo salvaje que la derecha nos vende, ese que nos dice que la seguridad social y que la educación pública de calidad deberíamos costeárnosla cada uno, negando el hecho de que algunos tenemos la desgracia de nacer con menos y por ende, por mucho que trabajemos no levantaremos cabeza porque estudiar no es una opción, como pasa en USA que hay quien trabaja tres turnos y no le da ni para paracetamol, pues no me lo trago. Eso que nos vendieron que la riqueza de los ricos baja poco a poco a los pobres es la mayor mentira jamás contada y si bien yo no quiero cobrar lo mismo que un celador, como dijo una vez un iluminado, entre otras cosas porque si yo no hago bien mi trabajo me quitan la licencia o me meten en la cárcel, sí creo que la infancia es sagrada y que nacer pobre no debe ser un pecado original para el que no hay bautismo.
Después de este rollo, te digo que estoy realmente asustada, pero como escribí en su día en un post sobre ser llamada a filas, lo que haga falta para poder seguir leyendo tus opiniones (y otras muchas) que aunque no sean siempre las mías, siempre me enseñan algo.
Escribe usted igual de bien sobre política que sobre una ópera en Bayreuth, o sobre un soufflé bien hecho en uno de esos restaurantes que frecuenta. Así da gusto. Y me alegro de que coincidamos en tantas cosas, y (seguramente) discrepemos en otras. Enhorabuena por el artículo.